LA CASA ENCANTADA DE SEGRELLES
Por: ANTONIO VERGARA


Es un jueves con sol y temperatura afable. En Albaida se está bien. Clima seco. Silencio en sus calles. El día anterior cayó una pequeña porción del campanario por culpa del viento. Lo hizo, providencialmente, encima de la casa del señor cura, que, también providencialmente, no sufrió daños personales. La divina providencia en forma de casualidad. Nació aquí el ilustrador y pintor José Segrelles Albert (1885-1969). Su casa museo, situada en una estrecha calle con sabor árabe, no es tan conocida como debiera. Sin embargo, acoge toda la desbordante fantasía de este artista.
Su sobrino Fernando Tormo es el director y cicerone. En la fachada sorprenden relativamente los motivos árabes; y nada más traspasar el umbral de la puerta percibo el olor de un guiso. Nada más lógico, puesto que es casi la hora de comer y una parte de la casa museo es la vivienda familiar de Tormo y su gente.
Intento adivinar, por el aroma, qué se cuece. Tal vez puchero. No sé.

Segrelles fue el arquitecto y decorador de su casa, que inauguró en 1943, cuando desde una de sus terrazas no se veía lo que ahora —fincas impersonales o alguna nave industrial—, sino bancales y campo en estado puro. El muy artista debió disfrutar mucho en su delirante hogar, solo —con la única compañía de su hija Conchita su esposa falleció a los veintidós meses de matrimonio— y dedicado a la pintura. Su imaginación fantástica y algo ecléctica se plasma en cada palmo o detalle. Hay una sala donde un piano de pared fue el testigo de veladas musicales y tertulias artísticas y culturales. A veces Segrelles seguía los conciertos privados desde el piso de arriba, atisbando por una celosía de diseño árabe. Es corno aquellas rejillas de los confesionarios católicos.
Hay decenas de sus obras, sobre todo ilustraciones para novelas de Blasco Ibáñez (me gusta mucho la imagen de una pelea entre pescaderas con destino a Flor de mayo: Hay movimiento y se escucha cómo se insultan en el precalentamiento) en esta zona. Segrelles se inició como dibujante en 1910, para folletones de aventuras (Mmithers el pirata o Díck Navairo) y novelas policíacas.

La casa museo no es, desde luego, racionalista en terminología de la arquitectura. Es la invención de un espíritu muy artístico y asaz inquietante y misterioso que se detecta en cada rincón —predomina, pues, un desorden imaginativamente ordenado—; a menudo puede recordar por igual a los filmes de misterio de Hitchcock que a los relatos de Agatha Christie. No hay mayordomo, desde luego, pero sí un rifle de balines con el que Segrelles se desfogaba disparando, en una pequeña habitación con vistas al monte, contra un blanco de madera. Centenares de libros —once mil y cinco mil cómics: los suyos más otros que se lían incorporado— denotan la curiosidad multidisciplinar del maestro de Albaida. Los hay de cocina, consejos higiénicos o vidas de santos, y la enciclopedia Espasa. La casa museo es también biblioteca pública, con limpia y organizada sala de lectura a la antigua y confortable usanza.
Segrelles estuvo en EE UU. Viajó a este país en 1929. Colaboró en Cosmopolítan, Fortune, Park Avenue o The New. York Times. Descendiendo por una de las escaleras de su hogar me llama la atención el dibujo de una señorita muy mona, look años 30. Es su modelo neoyorquina —o una de ellas—, de apellido Cummings. Tenía buen ojo estético Segrelles.
El laberinto de sus escaleras conduce, lógicamente, a su estudio, de techo alto y útilmente iluminado por la madre naturaleza, que entra por unas funcionales claraboyas. Hay grandes caballetes con cuadros y otros colgados de las paredes. En uno puede verse el retrato inacabado de su mujer, fallecida antes de que el maestro de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos pudiera finalizarlo. No debía tener buena salud, o así parece por su menudez, las gafitas y la mirada triste y decaída. Segrelles lo dejó sin terminar, a modo de respetuoso homenaje póstumo.
La veta mística y religiosa de Segrelles, de la cual hay numerosos ejemplos, tiene un nosequé de tétrico y culposo, pero también de exaltación pía arrebatada. El hombre de las mil caras, nuestro Segrelles de Albaida, capaz de ilustrar Las Florecillas de San Francisco o Las mil y una noches.
Al salir, porfió de nuevo por averiguar qué se está cocinando. Mi memoria olfativa falla y no me atrevo a preguntarle al sobrino de Segrelles en un contexto donde el arte del maestro infunde respeto y veneración más que suficiente para prescindir de la curiosidad culinaria. Sugiero que viajen a Albaida y recorran esta casa museo que por momentos es como una casa encantada.
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NOTA: Esta redacción se publicó en LEVANTE EMV el domingo 10 de febrero de 2002. Nuestro buen amigo ANTONIO VERGARA, nos ha permitido recogerlo en este BLOG. Se trata de su impresión. Muy personal, muy “de estómago”, de su visita aquella misma semana y el feliz descubrimiento de la casa y la obra que conservamos en Albaida. Hemos querido recogerla, porque esta fue la mayor alabanza que podía dedicarnos ANTONIO. Señalar de la que CASA MUSEO Segrelles, aquello que nos empeñamos en conservar, y que en cada visita, la encuentren como “CASA” en la que aún se mantiene en vida el espíritu, y “MUSEO” porque contiene la Antológica más completa de José Segrelles. Por cierto, si que era puchero y la Tía Conchita lo hace muy bueno.

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